DOMINGO DE PASCUA: ?ESTE ES EL D?A QUE HIZO EL SE?OR, ALEGR?MONOS Y REGOCIJ?MONOS EN ?L, ?ALELUYA!"

Homilía del Obispo de Iguazú M. Martorell - Domingo de Pascua 20-04-2014


Es el día más grande del año, porque el Señor de la vida había muerto y ahora triunfante vuelve a la Vida. Dice el apóstol San Pablo: “Si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor. 15) y tiene razón, pues, ¿quién podría creer y esperar en un muerto? Pero ¡Cristo vive! “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado – no está aquí- dijo el Ángel a las mujeres (Mt.16,6).


El sepulcro vacío y el anuncio de la resurrección del Señor produjo en un primer momento temor y espanto de modo que las mujeres “huían del sepulcro y a nadie dijeron nada, tal era el miedo que tenían” (ib.8). Pero con ellas y quizá habiéndolas precedido, se encontraba María Magdalena que viendo quitada la piedra del sepulcro, corrió en seguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “han quitado al Señor del sepulcro y no sabemos donde lo han puesto” (Jn. 20.1-2) Corrieron ambos discípulos hasta el sepulcro y entrando en la tumba “ven las fajas allí colocadas y el sudario envuelto aparte” (ib.6-7). Entonces ¡ven y creen!


Es el primer acto de fe en Jesús resucitado de la Iglesia naciente, provocado por la constatación de la tumba vacía. Semejante piedra no podía moverse de forma alguna sino con el esfuerzo de muchos. Los discípulos creen porque han visto, por el testimonio de una mujer,  por la visión del ángel y por las fajas mortuorias encontradas en  el sepulcro vacío.


Si se hubiera tratado de un robo, ¿quien se hubiera preocupado en dejar los lienzos tan ordenadamente colocados sobre la piedra de la tumba? Estas son cosas sencillas, pero de las que se sirve el Espíritu de Dios para recordar en la mente de los apóstoles lo que dice la Escritura acerca de que era preciso que él resucitase de entre los muertos” (ib 9). Tampoco comprendían todavía los apóstoles; lo que Jesús mismo les había dicho tantas veces sobre su resurrección. Pedro cabeza de la Iglesia y Juan el discípulo al que Jesús amaba, tuvieron el mérito de recoger las “señales” del Resucitado: la noticia traída por una mujer, la tumba vacía, los lienzos acomodados en él.


Aunque bajo otra forma, las “señales” de la Resurrección se ven todavía presentes en el mundo: en la fe heroica, en la vida evangélica de tanta gente humilde y escondida; en la vitalidad de la Iglesia que las persecuciones externas y las luchas internas no llegan a debilitar, como así tampoco el pecado y la debilidad de sus miembros. Pero que ¡gran signo de la resurrección, la vida y el testimonio de tantos santos del siglo, la vida y obra de Teresa de Calcuta, el Padre Pio, y tantos otros!


El gran milagro de la Eucaristía es la presencia viva de Jesús resucitado, que celebrada cada día continúa atrayendo, alimentando, aliviando el corazón de los hombres y atrayéndolos  hacia sí. Toca a cada uno de nosotros vislumbrar y aceptar estas señales, creer como creyeron los apóstoles y hacer cada vez más firme la propia fe.


San Pedro proclama que “Dios le resucitó al tercer día, y le dio manifestarse…a los testigos elegidos de antemano por él, a nosotros que comimos y bebimos con él después de resucitado de entre los muertos” (Hech. 10, 40-41). Vibra el corazón del jefe de los apóstoles por los grandes hechos de los que ha sido testigo, por la intimidad con Jesús resucitado, sentándose en la misma mesa, comiendo y bebiendo con él. La Iglesia invita a todos los fieles a una mesa común con Cristo, en la cual Él mismo es la comida y la bebida: “ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua.


San Pablo exhorta a los cristianos a eliminar, la vieja levadura de la maldad y la malicia, para celebrar la Pascua “con ácimos de la pureza y la verdad” (1 Cor. 5, 7-8). A la mesa del verdadero cordero tenemos que acercarnos los hombres con un corazón limpio de todo pecado, con el corazón renovado en la pureza y la verdad. Es decir con el corazón propio de los que han resucitado a una vida nueva y son criaturas nuevas. La resurrección del Señor, su “paso de la muerte a la vida” debe reflejarse en el corazón de todos los creyentes, como un paso del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo.


El apóstol San Pablo nos dice: “si fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3.1-2). La necesidad de ocuparse de las cosas terrenas, no debe impedir a los “resucitados con Cristo” el tener el corazón dirigido a las realidades  eternas, las únicas definitivas. Aunque tengamos la tentación de asentarnos en este mundo como si fuera nuestra única patria, no debemos olvidarnos que la Resurrección del Señor es una fuerte llamada a vivir con el corazón puesto en Él y hacer las cosas de la tierra, con tanto amor, de forma tal que gocemos con él definitivamente en la gloria.


Que la Virgen, madre de Jesús y testigo de la resurrección, nos acerque a Cristo Resucitado de entre los muertos.

Actualidad - 00:00 20/04/2014